EL GRAN JEFE
Y observe que allí nadie hacia nada.
Ninguno trabajaba, ni se pensaba en el futuro. Se había fomentado el sedentarismo,
la apatía y el amor por lo ajeno. Sus Calles desoladas, tristes y vacías. Sus
cielos grises adornaban esta ciudad, donde sus habitantes jugaban a estar bien.
Y no eran atardeceres estrictamente
opacos y oscuros, sucedía que aquella masa de gente vivía cabizbaja, les era
imposible captar la belleza de las tardes, o la magia que transpiraba aquel
lugar, habían perdido la visión real sobre todo, y es que sobre éstos recaía el
miedo insignificante transformado en grandes rocas imposibles de derribar. Cual
Sociedad Huérfana, arrastraban sus pies y sus brazos colgaban sin vida. Sus
miradas tristes y llenas de engaño. El Padre había muerto hacía mucho, y con él
toda las ideas y liderazgo. Aquel Hombre se presentó ante estos, como especie
de Salvador, del Padre que les protegería de aquellos que abusaron en el
pasado. Mostró amor, sinceridad y sensibilidad. Les proveyó de
falsas libertades y poder. Les alimentó el odio y la avaricia, les cantó tantas
mentiras de un pasado que no existió, de guerras jamás vividas pero sirvieron
de tanto para apoderarse del control. Como en otras tierras, marcó sus ojos en
cada esquina, pared y edificio que se elevaba para observarnos. Sigiloso, entre
la protección falsa y el control vehemente de todos. Las voces como pequeños cocuyos se
apagaban con balas y fuego, armas y bombas. A escritores y poetas les
perseguían silenciosamente, acusando a los llenos de ideas contrarías de
traición. Hoy, le ves cansados. Agotados. La piel tostada, quemada por el
sol inclemente que yace encima de ellos. Cuales zombis errantes avanzan, uno
tras otro. Denotan tristeza. Percibes tantos desalientos, abatidos diariamente
por la rutina que les consume. La misma todos los días, donde no se piensa ni
actúa, no cabe esperanzas ni mañana. No hay escapatorias del gran sistema que
los ha llevado al fin. Una total utopía.
Estos mismos que mueren en huesos en las esquinas, fueron los que pedían tocarlo, gritaban su nombre y dibujaron de él su rostro. Nadie creyó en aquellos que advertían, estos fueron pisoteados y vitoreados por creer que algo horrible podría pasarles. Confiaron en él, en sus palabras, en las ideas que les harían libres. Vean cómo nos habla. Mírenlo. Es él, el que nos entregará todo los que nos ha sido arrebatado. Oh, vela por nosotros los oprimidos, a los que nadie escucha cuando queremos gritar. Es como un dios, un padre que salva a sus hijos. Quiero y deseo tocarlo. Como si fuese bendito. Borrachos de esperanzas, llenos del amor que según su dios, su padre había profetizado, él era quien daría el poder a los oprimidos, la historia que jamás fue contada, la pagarían con sangre y hambre. Un mar de gente con vendas en sus ojos, siguieron el sonido de voz que los llevó a la destrucción. Locos del placer de verle, extasiados por el falso poder, por las oportunidades que jamás tuvieron ni tendrían. Serían usados cómo carne de cañón.
Su dios, que les cegaba y les mentía,
les oprimía al hablar. Les escupía y pisoteaba. Los hacia callar si quería o
los fusilaba si así lo deseaba. Le dieron todo lo poco que tenían, le adornaron
sus calles con flores. Se pintaron su rostro con agujas y tintas. Se marcaron y
lo glorificaron.
Estaban excitados de verle. De escucharlo, y sentirle cómo los pisaba y
maltrataba. Pero eran felices. Experimentaban el mayor de los placeres en masa.
Con la mano izquierda, los tocaba y abofeteaba, les producía placer a ambos,
uno porque había sentido el poder del Gran Jefe y el otro porque así su deseo
se hacía sentir, mientras que con la mano derecha atragantó su garganta de
poder, que años más tarde no le serviría para huir de la muerte. Sus dos manos,
izquierda y derecha, ante ellos jamás se unieron, pero en la oscuridad de
aquellas paredes trabajaban juntas, una lavaba con cloro y vinagre la que había
abofeteado a los mugrientos que clamaban su nombre cual dios. El tiempo hizo su
trabajo robándole segundos, minutos y horas. El cataclismo llegaría. El mar de
cuerpo entre uno y otro, alzaban sus manos, empujándose, queriendo llegar. Días
antes del gran fallecimiento del Gran Jefe, una lluvia se derramó sobre estos
mientras le gritaban buenos deseos. Bailó, rió y gritó del poder que aún creía
sentir en sus manos y garganta. Filas tan largas como las que hoy hacen por
intentar comer, fueron las que inundaron aquella ciudad. Su Gran Jefe había
muerto, ni su poder ni sus improperios sirvieron para salvarle de la inminente
muerte que le esperaba. Mujeres, Hombres, ancianos, jóvenes, niños, en sillas
de ruedas y muletas, los que le vieron y aquellos que no, el que recibió
bofetadas y aquellos que por mera curiosidad querían ver. Allí estaban, el
mismo sol que hoy los observa ya huérfanos, los recibía cada día para verlo.
Era permitido solo unos segundos. Un cuerpo que jamás tuvo alma, ahora yacía
acostado. Clamaban a otros dioses el por qué permitían tanta desgracias. No era
justo perder al gran Jefe. Al que nos quitó, pero nos hizo libres. Porque
preferimos ser robados por él que por aquellos que estuvieron. Rosarios y
velas. Llantos de Madres y dolores de ancianas. Oraciones y estatuillas.
Fueron incrementando en miles, el país consumido por el dolor. El llanto se
hizo moda y las lágrimas fueron a parar en ramas y licores queriendo sanar. Los
blancos pidieron a las profundidades de la tierra que se abriera
y levantara al Gran Jefe. Frutas y flores ofrecieron. Huesos ajenos. Cabezas
cortadas de animales benditos. Pedían en lenguas extrañas y danzaban al ritmo
del sonido de la tierra profunda y almas de otro mundo. Y se preguntaron, qué
vamos a hacer ahora. Dónde ir si él no está. Nadie nos enseñó a seguir. No
sabemos andar solos. Ni pensar ni comer. Preferimos morir de hambre que vuelvan
los que estuvieron, mucho hizo nuestro jefe. Mucho hizo él. Nos dio de beber y
comer, aunque no era lo que queríamos pero era suficiente para vivir. Era
suficiente para él. No. Que no vengan jamás esos que quieren robarnos y esclavizarnos.
Que no vengan que jamás les recibiremos. Y siguieron, errantes, sin rumbo al
que ir, ni camino el cual construir, no aprendieron a tejer, ni sembrar. Su
alma había muerto, y con ellos el pensamiento. Habían quedado huérfanos. Entre
tanto, el hijo del Gran Jefe, el nuevo rostro apareciera en vallas y edificios.
Se pintaron junto a los ojos de su padre, los bigotes del hijo. Lo adornaron
con chistes y cantos. Entre lágrimas de dolor se alababa al nuevo rostro del
dios de la tierra huérfana. Mujeres que adornaban sus rostros con bigotes.
Niños y adultos imitaban vestimenta de sombreros de pajas y palabras que nacían
de los errores ante aquel público que ahora, con dolor en su alma triste y
traicionada alababan la muerte de su gran jefe y clamaban el nombre su hijo. La
altura no le proveía la seriedad que deseaba proyectar. Bofo, con los
párpados caídos, de cachetes redondo como globos, y sin ninguna conexión entre
el cerebro y la lengua. El Hijo, entre la estupidez y arrogancia. Pero así lo
habían decidido. Entre hambruna, peste y muertes. Entre lamentos de algunos y
odios entre otros.
Y por allí andan, con la piel al hueso,
los cayos en
manos y pies, las almas que vagan en un mundo sin escapatoria, el mundo creado
por ellos y para ellos. Hay historias que pareciera no tuvieran un final feliz,
o quizá dentro de ésta utopía, en este mundo tan extraño, la felicidad se
redujo en obtener una papá o un jabón para el día. Lo cierto es que el rastro
de esta tierra ha quedado atrás, recuerdos malditos borrados por el hambre,
cuando se revolcaban entre cuerpos deseosos del poder del Gran Jefe, él se ha
ido y consigo todo lo que jamás tuvieron y tendrán: un alma libre.
Para los que aman la lectura saben que escribir es fuente de inspiración y desahogo de sentimientos que se encuentran para formar frases, escritos que te llevan a expresar lo que vives, lo que sufres.
ResponderEliminarEn fin; así es la vida y tiene sus matices, porque la vida es un Arte y vivirla da color a cada pergamino donde plasmas tus creencias.
Felicidades por tu escrito Victor.
#Soy.manuelperalta