Quilombo


Aquella noche las calles olían a pólvora y humedad. Una suave brisa bailaba entre los arboles de aquella pequeña Angostura, que dormía profunda y plácida, pero justo en la calle de tierra, donde las piedras apiladas a ambos lados, la hacían parecer más angosta y reducida, grandes rocas unas encimas de otras formaban una pared, donde en cada paso que se daba se acentuaba la inclinada. Nervioso observó a los lados. Secó su frente con el dorso de su mano. Tomó aire y siguió.

                                                        *         *         *

El saco tan pesado que había sido tejido con una especie de hilo resistente que Indios llamaban pelo e'guama, descansaba en su espalda, apretó con fuerzas las puntas del saco y con un intento de subir más la calle que ascendía hacía la inmensa oscuridad siguió firme sus pasos. El sudor le corría por la piel tan oscura como aquella noche, la luna testigo única de la escena que presenciaba brindaba la luz cual bella cómplice.

De su extensa y platirrinia nariz expulsaba el aire sin limite alguno. Sus labios eran tan pronunciados, de apariencia simiesca, con pelo ensortijado y de crespo cerrado, con labios muy gruesos, la dentadura fuerte y blanca como sus ojos penetrantes, y su piel resistente a las inclemencias del tiempo. Alto y robusto. Perfecto a la compra. Llevaba el mismo short sucio y desgarrado, lleno de barro, no sabría descifrar si era beige o blanco, se perdían en una mezcla de olores y colores. Sus pies gruesos marcaban con total precisión el camino de la calle angosta con las piedras apiladas a los lados. No llevaba camisa alguna, solo el recuerdo de los azotes de su patrón por haberse perdido, resistido o tardado en algún mandado.

                                                        *         *         *

Quilimbo había sobrevivido gracias a sus habilidades desarrolladas, era un esclavo de piel oscura, cuerpo robusto, espalda ancha, brazos largos y fornidos, se les podían leer las venas como vías que viajan en su largo y ancho cuerpo, de gran masa muscular, perfecto negro para la trata, fuerte, habilidoso, el preferido de su Amo. Muchos Blancos darían miles de reales por comprarlo y en reiteradas ocasiones se lo hacían saber al Patrón. Podía llevar grandes cargamentos de café sobre sus hombros de hierro. Sus brazos y piernas daban agilidad al trepar los grandes arboles que tenía el Patrón en la Hacienda.

Esa noche, recordaba que su esposa había sido acusada de traición, y el 'Decreto Contra la Conspiración' así lo establecía, que debía ser asesinada, sin piedad, ni misericordia alguna, a fin de cuentas era propiedad del Patrón y carecía de derecho alguno.

                                                        *         *         *

Zanele, había sido cazada al Sur de África , llegó por aquellos años cuando los Portugueses y Franceses colonizaron toda esa zona, que más adelante desaparecería por la alta demanda de negros para ser esclavos por su color de piel. Llegó por las costas del Golfo de Paria, entre cientos iguales a ella, en los barcos apilados como sacos de arena llegaban a tierras nuevas y desconocidas, a vivir despojados y vejados por Blancos Ricos.

Alta, como los árboles frondosos. De cintura y trasero ancho. De piernas gruesas por los largos kilómetros que caminaba recogiendo cacao y maíz. Las facciones de la cara eran de las negreras de la época. Su piel tostada por el sol inclemente. En el brazo derecho, cerca del hombro llevaba una mancha blanca, el lunar que se formaba, según sus ancestros, en aquellos nacidos bajo luna llena. Zanele paciente y obediente, siempre se imaginó vivir un día aunque fuere sin un latigazo, o un cargamento sobre aquella espalda adolorida y cansada.
Mostró siempre una ancha, y blancuzca sonrisa a Quilombo.

Zanele, no supo porqué se le acusaba de traición. Desconocía el tal Decreto, y las consecuencia que causaba a los demás como ella, si se les señalaba de posible rebelión. Fue arrastrada por los cabellos, hasta la Plaza de Castigos en el fundo del Patrón. 


                                                        *         *         *
Zanele había sido tomada por su esponjoso cabello, como si de un pereto sin vida se tratase. Sentía que cada hilo de su cráneo salía con fuerza, de imprevisto.
Siendo acusada de Conspiración por aquel Decreto, fue arrastrada hasta el patio detrás de la hacienda de su dueño. Bajo aquella mata de mango, que cubría parte de aquel lugar, donde las hojas verdes y frutos se exhibían sin temor.
Guindaba amarrada a sus muñecas en una rama gruesa que descendía del árbol, con nudos que quemaban. Sus gruesos y oscuros dedos de aquellos pies si a penas rozaban el charco de barro que estaba debajo. Había sido despojada de su ropa, mostrando su sexo al día que ardía por la luz que desprendía el sol, y muriendo de frío por la penumbra que rodeaba su cuerpo en las noches. No recordaba cuando fue la ultima vez en beber o comer algo, o cuantos latigazos había ya recibido.
Zanele estuvo así, guindando de brazos, por semana y media. Pataleó. Lloró. Bañada en sangre. Desnuda. Desnutrida. Pidió que la perdonaran. No le era permitido gritar, pues los latigazos callarían su voz fina. Sin lágrimas de perdón y lamento. Había sido acusada y debía ser castigada por tal.

Zanele al noveno día murió.



                                                        *         *         *
Quilombo había caminado bajo la penumbra de aquella noche, con el saco a cuestas, perdiendo el rastro de la hacienda de su Patrón, observó la calle, en una que otra casa modesta, con olor arcilla y madera, escapaba desde los ventanales luces de velas blancas.

Las casas ascendían hacían el pico más alto de la Ciudad, formando callejones entramados. Laberintos de sombras y misterios. Las calles de esa Angostura, donde Negros, Blancos e Indios dejaron el alma y su vida, su historia y sus ideas impregnadas sobre las vías que ascendían y bajaban hasta haciendas y aposentos. Casas de puertas y ventanas de madera. Luces nacidas de faroles de aceite. Desde ese tramo de la Angostura histórica, se forma un casco mágico dónde se observaba el majestuoso puerto que yacía a los pies del Orinoco, los barcos con grandes cargamentos de esclavos y comida, visitantes, Hombres de ideas y convicciones que la historia más adelante les llamaría próceres. Árboles frondosos propinan brisa fresca para aquellos que transitan por allí.


                                                        *         *         * 

Dejó caer el saco, levantando una pequeña cortina de humo marrón, que poco a poco desapareció por la ausencia de brisa. Por fin había llegado, sabía lo que había hecho, el pago como forma de revelación que tendría por esta acción, 'El Código Negrero' no perdonaría esto, no serían cincuenta azotes por haberse ausentado cuatro días, ni doscientos latigazos por desobedecer. No. Sería muchísimo peor, mutilación de miembros o la misma muerte lo más seguro. De entre la pared de piedras, movió una de ellas y sacó una pala, que días atrás había guardado con cautela. Miró a los lados intentando encontrar a alguien que lo hubiese visto esa noche, juraría que los latidos a mil por segundo de Quilombo se escuchaban hasta el hato de Don Juan, que se encontraba cerca de las orillas del Orinoco.
Observó que un brazo blanco pálido salía de entre el saco.

Decidió apresurarse. Como pudo sin hacer ruido ni levantar polvo logró sacar el cuerpo de su Patrón del saco. Aun desangraba desde la gran herida en el costado de la cabeza. Yacía sin vida, inherente su Amo.

                                                        *         *         *

Se preguntaba si era cierto lo que había escuchado hacía varias lunas atrás, cuando oculto entre los arbustos de la hacienda, vigilante en la ventana, su Patrón lleno de cólera, con furia en la boca, el Sr. en medio del salón discutía con su esposa, de piel blanca como la nieve, de rasgos finos con cintura de avispa. La luz que proporcionaban las velas reposaban en candelabros en las paredes arcilladas, los ventanales adornados con grandes cortinas que recibían con acojo el fresco de aquella noche.

   — Si nos quitan a los esclavos, cómo mantendremos todo esto. —Abriendo sus brazos en alarde a lo que poseían y habían generado gracias al sudor ensangrentado de miles de esclavos comprados, vendidos y vejados.

Desde Los Llanos hasta la Gran Angostura que reposa sobre el imponente Orinoco se oían entre los más astutos y adinerados Blancos que los esclavos serían Libres para siempre, que no estarían a su merced ni serían su producto. Algunos Blancos habían escuchado de negros revelados, y conocían la historia de los Cimarrones, creían que aquellos rumores que se hacían fuertes, se haría realidad y que la peor pesadilla de estos, de perder a sus esclavos cual propiedad se irían sin tan siquiera obtener alguna paga por ellos.

                                                        *         *         *

Empujó con el pie izquierdo el cuerpo del Patrón, este dio vueltas entre la tierra, quedando al filo del pozo, la ropa de aquel cuerpo sin vida arrastraba consigo el polvo, la sangre yacía seca, la mezcla de colores que poco se observaba por la penumbra de la noche. El cuerpo reposaba de un costado encima del brazo izquierdo, la cabeza semi doblada en dirección directa a la mirada de Quilombo. Observó el cuerpo de su Patrón. Pálido e inerte.

Los ojos de Quilombo se entrecerraron, la piel negruzca brillaba, de su pecho y frente brotaban grandes gotas de sudor, una semi sonrisa se dibujó en aquel hombre lleno de venganza, apretó con fuerzas el mango de la pala. Apretaba los labios de ira. Una suave brisa bailó por aquellos árboles. Decidió que era mejor terminar de una vez por todas.


Tomó el saco y lo arrojó al pequeño hueco que había preparado para su patrón. Observó que le hacía falta un zapato. Regresó la mirada por donde había caminado, y allí estaba, envuelto entre tierra. Lo tomó, y lo arrojó al pozo. No pasaba nada por su mente, solo la ira que corría por todo el cuerpo.

Posó su pie derecho sobre el pecho pálido y polvoriento del cuerpo, tomó aire, y antes de empujar con la fuerza que lo asaltó, le dijo:

    — Quilombo siempre fue Libre.

                                                        *         *         *

El cuerpo sin vida cayó con fuerza sobre aquel hueco en medio de la calle de tierra, donde las piedra apiladas formaban una pared. La luna cubierta por una leve capa de nubes intentaba ocultarse. La brisa traía consigo un olor a Río que se percibía en el aire. Las velas que posaban en las grandes ventanas en aquella calle inclinada habían bajando su volumen. Terminó pues de ocultar aquel cuerpo entre tierra y piedras, sobre éste al final puso una capa extensa de tierra, para que al pasar por encima, no hundiesen los caballos y grandes carruajes el pozo y se percibiera.

Quilombo solo fue uno de aquellos Negros esclavos que se había revelado a su patrón, cansados por la opresión y abuso que vivía desde que tenía uso de la razón. Quizá el hecho de oír que pudo ser un Hombre Libre, o el cólera que días después de haber muerto su querida Zanele había brotado desde los tuétanos lo obligó a asesinar a su Patrón, como si de un ciclo de venganza se tratase.

Observó de nuevo a los lados. Nervioso caminó un poco más, sin querer pisar tan fuerte para ser delatado. Se adelantó, no había nadie. Regresó donde yacía su Gran Patrón enterrado. Respiró. Tomó la pala, y de un salto, salió corriendo hacía la penumbra con el corazón que le palpitaba como si de su cuerpo quisiera salir. La brisa le barría el sudor del rostro, y ocultándose entre el monte, corrió Río abajo, a buscar aquellos semejantes, a los Cimarrones que habían dejado por sus propios medios, con la gallardía que merecía,  la esclavitud que los oprimía hasta morir, y ser Hombres libres, como así habían querido ser.


                                                        *         *         *

Años después, donde Negros por fin fueron libres, por aquel Decreto que abolió tal bajeza humana, presos de libertad como forma de pago por sus delitos, bajo la dictadura Gomesista que embargaba al país, fueron obligados a reconstruir la calle de polvo y tierra, en una llena de piedras picadas con rocas apiladas a ambos lados, donde asciende al lugar más alto la antigua Angostura, y se observa desde la plaza, el majestuoso, imponente y desafiante Orinoco. 
Río que guarda en su memoria, historia de esclavos que corrieron a sus pies. De Negras, Indias y Blancas que nacieron, vivieron y murieron en sus aguas. De aquellos barcos que aparecían cargados de historia al oeste de la Ciudad, en el canal que forma la entrada hacía las venas del Orinoco.

Hoy yace una Calle de Piedras con olor a Río, Magia y Misterio.


                                                        *         *         *
             FIN





Comentarios

  1. Interesante artículo, les comparto la procedencia del Río Cauca https://riosdelplaneta.com/rio-orinoco/

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